El neopentecostalismo es una expresión religiosa no muy estudiada en la
región. La falta de consenso en cuanto a su conceptualización ha dificultado
una adecuada discusión y construcción en el campo académico. Los teóricos se
han referido a él con diversos nombres: pentecostalismo autónomo, tercera ola
del pentecostalismo, postpentecostalismo (Siepierski, 1997), neopentecostalismo
(Mariano, 1999), isopentecostalismo (Campos, 1997), pseudopentecostalismo
(Calvati: 2008), parapentecostalismo (Wynarczyk, 2009).
Entre las principales características que, de forma heterogénea, los
investigadores asocian al fenómeno neopentecostal están: el énfasis en la
teología de la prosperidad, la guerra espiritual, la confesión positiva, la
iglesia apostólica, el ministerio profético, la sanidad divina, el proselitismo
mediático, la incursión política, el impulso del pastorado femenino, la
implantación de mega iglesias, el uso de la magia, el culto emocional y el
liderazgo carismático. Elementos que han aparecido progresivamente, a partir de
la década de los 80, en el seno del protestantismo latinoamericano.
Estos enfoques doctrinales y litúrgicos, como es habitual, llegan a
Latinoamérica a través de su principal centro de producción espiritual: Estados
Unidos, y se fusionan con las lógicas autóctonas de nuestros países. Pero esta
hibridación, según denominaría García Canclini, ya no se hospeda solo en
nuestra región; ahora, es parte de un proceso de exportación mundial desde el
Sur, como lo demuestra la Iglesia Universal del Reino de Dios, instalada en
cerca de 100 países alrededor del mundo.
La mayor parte de estudiosos coincide en relacionar el origen del nuevo
movimiento con el sector pentecostal. ¿Pero se trata realmente de una nueva
etapa del pentecostalismo? Puede parecer cierto a simple vista, pues toma las
ideas centrales de la iglesia pentecostal (alrededor del bautismo del Espíritu
Santo), sin embargo, el neopentecostalismo las intensifica e incluye nuevas
prácticas y sentidos religiosos que lo van distanciando de los principios
protestantes (Amestoy, 2009; Giese, 2010). La sola scriptura compitiendo con
las revelaciones de los líderes neopentecostales es un ejemplo de este
alejamiento.
Sin embargo, aunque el tejido de expresiones neopentecostales es más
evidente en las comunidades de corte pentecostal, éste también cobija, poco a
poco, al resto de congregaciones evangélicas.[1] Esta penetración se debe en
parte a la ancha y rauda autopista comunicacional y tecnológica que ofrece la
aldea global, a la atomización del mundo evangélico y a su incapacidad de
reacción ante las dinámicas sociales, políticas y económicas de nuestro tiempo.
El neopentecostalismo busca responder, como lo hizo el pentecostalismo de
los años 60, a
las necesidades espirituales y materiales de la población latinoamericana. Pero
esta vez, ya no desde una crítica a la estructura de clase existente (Deiros y
Mraida, 1994: 75), sino desde el entreguismo al sistema neoliberal, globalizado
y consumista.
El movimiento neopentecostal germina en el marco de crisis económica y
endeudamiento, auspiciado por las políticas neoliberales que adoptan los países
de la región. El principio de libre mercado impregna de una nueva lógica las
relaciones sociales, entre las que se encuentra el campo religioso y dónde el
pensamiento neopentecostal es el mejor alineado al sistema.
Como consecuencia, un elemento distintivo del movimiento neopentecostal es
su práctica financiera-empresarial, basada en su teología de la prosperidad.
Bajo este paradigma, la liturgia es comercializada de la misma forma que
cualquier otro bien o servicio, recurriendo a planificadas tácticas de
marketing religioso. Se da una nueva significación a la riqueza, el consumo y
el trabajo; pues ya no son observadas como cosas terrenales que desvían de la
fe, sino como evidencias de la bendición de Dios (Mansilla, 2007). El recurso
monetario resulta un medio de intercambio para el pago de favores divinos,
dando lugar a una fusión dinámica entre la fe y el dinero.
La convivencia del fenómeno neopentecostal con la estructura
económica-social de las últimas décadas, en sí nos habla de la necesidad de
respuestas que exige el sujeto latinoamericano ante los problemas que emana la
región. Una modernidad compleja, donde persisten altos niveles de desigualdad
(el 10% más rico de la población recibe el 32% de los ingresos totales,
mientras que el 40% más pobre recibe solo el 15%) y pobreza (168 millones de
personas pobres, de las cuales 66 millones son indigentes) (Cepal, 2013).
No obstante, el análisis neopentecostal debe superar el enfoque
económico.[2] Los creyentes neopentecostales recurren a una rica y colorida
liturgia que le ha dado resultado a la hora de retener adeptos.[3] Así, resulta
en una forma alternativa de articular la espiritualidad con las tendencias del
mundo moderno: las nuevas tecnologías, la movilidad humana, el individualismo,
el éxito y el consumismo, entre otros aspectos. Desde ahí se entienden los
esfuerzos del fenómeno religioso por modificar la liturgia tradicional
evangélica, incluir a la mujer en el culto, participar en la política o emplear
los medios masivos de comunicación con fines proselitistas.
Disponemos de muchos estudios descriptivos sobre estos enfoques al fenómeno
neopentecostal, pero todavía es indispensable una mayor discusión sobre su
conceptualización (Jaimes, 2012) y, desde allí, analizar sus efectos en la
reconfiguración religiosa regional y mundial.
Se dice que el movimiento está en raudo crecimiento, pero la misma
dificultad que presenta su definición no permite contar con estadísticas
reales. No obstante, en algo que no hay discusión es en sus orígenes
evangélicos. Esto nos plantea varios interrogantes que nos deben incitar a la
reflexión: ¿Estamos presenciando la consolidación de un nuevo subgrupo
evangélico o la mutación general del campo evangélico latinoamericano? ¿Será el
neopentecostalismo la única válvula de escape para un anacrónico campo
evangélico o se presentarán más opciones de ruptura?¿El neopentecostalismo
cuenta con las herramientas necesarias para quedarse a largo plazo?
Mientras tanto, la existencia de un movimiento que transita en el seno del
protestantismo latinoamericano y se acentúa en la región, es la única certeza
con la que hoy contamos.
Por/ Wilmer Simbaña
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